MAGNIFICAT & CONCERTI A. Vivaldi — J.S. Bach

Jordi Savall, La Capella Reial de Catalunya, Le Concert des Nations

21,99


Referencia: AVSA9909

  • Jordi Savall
  • La Capella Reial de Catalunya
  • Le Concert des Nations

El Magnificat de J. S. Bach, al igual que la música coral de Tomás Luis de Victoria, la tercera Sonata para viola da gamba y clave y el Requiem de W. A. Mozart, forma parte de mis primerísimas experiencias musicales vividas durante la infancia y la adolescencia. Esos primeros descubrimientos han marcado e iluminado con tanta fuerza el sentido de mi vida que en ciertos casos me parece seguir estando en busca de esas músicas sin nombre, que tanta felicidad me dieron entonces.


El Magnificat de J. S. Bach, al igual que la música coral de Tomás Luis de Victoria, la tercera Sonata para viola da gamba y clave y el Requiem de W. A. Mozart, forma parte de mis primerísimas experiencias musicales vividas durante la infancia y la adolescencia. Esos primeros descubrimientos han marcado e iluminado con tanta fuerza el sentido de mi vida que en ciertos casos me parece seguir estando en busca de esas músicas sin nombre, que tanta felicidad me dieron entonces.

A los seis años empecé mi aprendizaje del canto en el coro de niños de la escuela religiosa de Igualada y poco a poco descubrí junto con los otros niños la belleza del canto gregoriano y las maravillosas músicas de Tomás Luis de Victoria y otros grandes maestros del Siglo de Oro. Aún recuerdo (como si fuera ayer) la inmensa emoción que sentí la primera vez que escuché la grabación del Magnificat de J. S. Bach y casi al mismo tiempo la tercera Sonata para viola da gamba y clave, interpretada además por Pau Casals en el violonchelo y Mieczysław Horszowski en el piano (¡en esa época ni sabía que se trataba de una obra para viola da gamba!). Ocurrió al final de un verano muy caluroso durante el cual me recuperé lentamente de una fiebre tifoidea (que a los diez años me llevó en las puertas de la muerte). A lo largo de los dos meses de aquella larga convalecencia, los únicos momentos de felicidad personal que se me permitían eran poder leer un poco y sobre todo escuchar música con mi pequeña radio durante todo el día. Me turbó de forma inmediata y duradera la belleza de esas interpretaciones y aun más la intensidad de la emoción que se desprendía de esas partituras de Bach, que eran sin embargo tan antiguas. Tras haberme enfrentado a una grave enfermedad, sentía día tras día los beneficios de la música en mi cuerpo y en mi alma. Era verdaderamente turbador darse cuenta de que, gracias a su poder, esas músicas creadas e interpretadas por hombres mortales se convertían por su belleza y su profunda emoción en obras maestras eternas.

Cinco años más tarde, en 1956, escuchando un ensayo del Requiem de Mozart en el conservatorio de Igualada, acompañado por un cuarteto de cuerdas, quedé tan turbado por el poder de esa música que fue entonces cuando decidí convertirme en músico. Elegí el violonchelo y por primera vez en mi vida hice un trabajo de aprendizaje autodidacta que me procuró un gran placer. Durante nueve años, estudié ocho horas al día y, al final de mis estudios en el conservatorio de Barcelona (1965), descubrí la viola da gamba y me enamoré de ese instrumento olvidado. Totalmente fascinado por la música antigua, empecé una peregrinación por las grandes bibliotecas musicales, un viaje que me llevaría de Barcelona a París, Londres, Bruselas, Bolonia, Madrid, etcétera: y, tras tres años de trabajo autodidacta, fui aceptado en Basilea como alumno de August Wenzinger en la Schola Cantorum Basiliensis. Lo que sigue resulta más conocido… Es realmente un momento milagroso cuando uno puede sentir que ha encontrado un camino, un hogar. Por eso tiene razón Mark Twain cuando afirma: «Los dos días más importantes de tu vida son el día en que naces y el día en que descubres por qué»; y es que, a partir de ese instante, la vida se convierte en una de experiencias más maravillosas y estimulantes. ¿Y si la vida de adulto sólo fuera una búsqueda de esa felicidad que sentíamos cuando éramos niños, puros e inocentes? Hacer música es también buscar y desarrollar cierta forma de vida… una vida que sólo podrá prosperar en la búsqueda y en el acto de compartir la belleza y la felicidad.

Esto me recuerda las «fresas silvestres» de una hermosa historia zen. Un hombre se pasea tranquilamente por el bosque cuando aparece un tigre y lo persigue. Echa a correr y llega a un precipicio, que empieza a descender; piensa que está salvado pero, al mirar hacia abajo, ve que al fondo lo espera otro tigre. Se detiene sin saber qué hacer. De pronto, ve a su lado unas fresas silvestres; las recoge, se pone a comerlas y entonces exclama: «¡Qué buenas que están estas fresas!».

Las fresas silvestres pueden ser el trabajo que nos apasiona o incluso todo cuanto uno decide hacer con pasión y concentración: cantar, trabajar en el jardín, escribir, escalar una montaña, interpretar música o escuchar el Magnificat de J. S. Bach… en realidad, saber buscar la felicidad en lo que uno hace; y, si logramos hacerlo, entonces todos los tigres –los que tenemos dentro y los que pensamos que están fuera– desaparecen, y la vida se vuelve mucho más hermosa.

JORDI SAVALL

Cuba, Lisboa y Bellaterra, otoño 2014

Traducción: Juan Gabriel López Guix

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