CANÇONS DE LA CATALUNYA MIL·LENÀRIA. Planys & Llegendes

Jordi Savall, La Capella Reial de Catalunya, Montserrat Figueras

Alia Vox Heritage

15,99


Referencia: AVSA9881

  • Montserrat Figueras
  • La Capella Reial de Catalunya
  • Jordi Savall

La música de cada pueblo es el reflejo del espíritu de su identidad, individual en origen pero que con el tiempo adquiere forma como imagen del conjunto de un espacio cultural propio y único. Cualquier música transmitida y conservada por tradición oral es el resultado de una feliz supervivencia seguida de un largo proceso de selección y síntesis. Al contrario de ciertas culturas orientales que se han desarrollado sobre todo en un espacio de tradición oral, en el mundo occidental únicamente las músicas llamadas tradicionales o populares han sabido perdurar gracias a esos mecanismos de transmisión no escrita.


«La Canción es la esencia del arte popular.»
Joan Amades

El patrimonio musical de la Cataluña Milenaria está compuesto por un conjunto extraordinario de músicas cultas y populares, conservadas en parte en fondos manuscritos o impresos de los siglos IX al XIX, o por tradición oral. En anteriores grabaciones nos hemos ocupado ampliamente de las primeras: las Cansós de Trobairitz (1978), el Cant de la Sibil·la (en Cataluña, Mallorca, Valencia, Galicia, Castilla, Occitania, Provenza, etc.) (1988-2010), el Llibre Vermell de Montserrat (1979), las músicas de los Cancioneros de Montecassino (2001) y del duque Calabria (1996), las ensaladas de Mateo Flecha (1987), las canciones y fantasías de Lluís del Milà (1995), las misas de Joan Cererols (1988), las fantasías de Joan Cabanilles (1998), las arias y óperas de Vicent Martín y Soler (1991), y las canciones de Fernando Sor (1991). En este disco (que reúne obras grabadas en los años 1988, 1990, 2002 y 2004) queremos presentar algunas de las canciones más hermosas de ese patrimonio intangible. Hemos seleccionado, entre las más representativas, once melodías extraordinarias: lamentos, leyendas y canciones de cuna, que hemos adaptado en nuevas versiones musicales. La mayoría están interpretadas por Montserrat Figueras, con la colaboración de Francesc Garrigosa (en el Comte Arnau), Arianna Savall (en Mareta y El cant dels aucells), Ferran Savall (también en El cant dels aucells) y finalmente con La Capella Reial de Catalunya (en Els segadors); también se incluyen algunas otras creadas en versiones instrumentales por los solistas de Hespèrion XX.

La música de cada pueblo es el reflejo del espíritu de su identidad, individual en origen pero que con el tiempo adquiere forma como imagen del conjunto de un espacio cultural propio y único. Cualquier música transmitida y conservada por tradición oral es el resultado de una feliz supervivencia seguida de un largo proceso de selección y síntesis. Al contrario de ciertas culturas orientales que se han desarrollado sobre todo en un espacio de tradición oral, en el mundo occidental únicamente las músicas llamadas tradicionales o populares han sabido perdurar gracias a esos mecanismos de transmisión no escrita. «De las diversas manifestaciones de arte popular, la canción es sin duda la de mayor valor étnico y psicológico; a través de ella es posible entrever y estudiar las manifestaciones más profundas y ocultas del alma de un pueblo», escribe el eminente folklorista Joan Amades en su prólogo a las Cançons populars, amoroses i cavalleresques (1935) recogidas entre los años 1918 y 1922. «La canción popular es la obra maravillosa de todo el pueblo que la oye y la canta: es de todos y no es de nadie, todos la hacen suya y la alteran, la adaptan a su gusto y entendimiento, y la cambian y la matizan, porque todos son legítimos propietarios y nadie puede atribuirse un patrimonio absoluto». La poesía y la música, dos de los valores más sublimados del espíritu, confluyen en la canción, formando un arte único lleno de emoción y belleza, nacido de la necesidad, a menudo urgente, de consuelo y calidez humana y espiritual. Un arte que se convierte en un auténtico bálsamo curativo indispensable para la soledad, el desamor, la tragedia y todos los momentos de la vida en que se hace necesario encontrar un poco de paz interior y armonía en el entorno donde vivimos, y también fuente de júbilo y de alegres celebraciones colectivas de momentos vitales y conmemorativos.

La música es el lenguaje del espíritu y como tal es el primer lenguaje del ser humano. El recién nacido, que no entiende ni habla todavía lengua alguna, antes de comprender el sentido de las primeras palabras de su madre, percibe instantáneamente toda la dimensión de su amor y recibe la primera lección de humanidad a través de la ternura y la manera de cantarlas. Tal cosa es posible porque el sonido musical tiene acceso directo al alma y encuentra de modo inmediato en ella una resonancia pues el hombre –como dice Goethe– «lleva la música en sí mismo».

La música viva sólo existe en el instante mismo en que es concretada por las ondas sonoras producidas mediante la voz humana o los instrumentos, y esa misma limitación la hace ser a la vez la más humana y la más espiritual de todas las artes. La música es, por ello, uno de los medios de expresión y comunicación más universales; y la medida de su importancia y significación no se determina por los criterios de la evolución del lenguaje –en el sentido de la historia y el progreso–, sino a partir de su grado de intensidad expresiva, riqueza interior y humanidad. Estas evidencias son dos de las conquistas más significativas de la filosofía del arte del pasado siglo XX, demostradas en la realidad con la formidable recuperación y presencia en la vida cotidiana de la música de otras épocas y cada vez más también de otras civilizaciones.

La invención de la notación musical, un fenómeno vinculado muy a menudo con los círculos sociales literarios, ha permitido que determinadas culturas, como las de China, Corea, Japón y Europa occidental, hayan desarrollado desde tiempos remotos numerosos sistemas de notación aplicables en situaciones muy diversas; en cambio, otras culturas, como las de los países del Oriente Próximo (salvo Turquía) o del sur y el suroeste asiático, los han desarrollado muy poco, al menos hasta hace un siglo. En el mundo de las músicas “cultas” de Europa occidental, la comunicación musical basada en lo no escrito perduró hasta finales del siglo XVII, pero sólo en el marco de las prácticas vinculadas a la improvisación y la realización de acompañamientos en el “bajo continuo”, y más tarde en los espacios de creación musical, siempre ligados a las instituciones de poder espiritual y secular (la Iglesia y la Corte), desde el siglo XVII (Inglaterra) y sobre todo en el siglo XIX (Alemania) en los círculos eminentemente burgueses. La escritura musical permitió un formidable desarrollo de las formas y los instrumentos, pero al mismo tiempo contribuyó a relegar al olvido y a un espacio secundario todas las músicas vivas que acompañaban diariamente la vida de la inmensa mayoría: las músicas del pueblo.

Por este motivo, las músicas populares de la Cataluña Milenaria, constituyen un caso excepcional en Europa occidental. Se trata de uno de los patrimonios más ricos y hermosos de todas las tradiciones musicales vivas de nuestro tiempo. Los miles de canciones de cuna, de trabajo, lamentos y leyendas conservados por las diferentes tradiciones orales, transmitidos con amor de madres y padres a hijos e hijas, con perseverancia de una generación a otra, constituyen en realidad auténticas músicas supervivientes. En efecto, son músicas que han tenido el privilegio, y la suerte para nosotros, de sobrevivir a la inevitable y constante amnesia cultural del hombre y sus delirios globalizadores. Este disco es un ferviente homenaje a cuantos han contribuido con su amor y su perseverancia a conservarlas vivas y hacerlas accesibles a todos. La extraordinaria riqueza del patrimonio cultural y musical europeo es el resultado de la gran diversidad de culturas y lenguas que conviven en nuestro espacio geográfico común. Preservar esta diversidad cultural constituye un paso esencial para promover el respeto por la diferencia y el diálogo intercultural. Como dice Amin Maalouf, «La diversidad no es forzosamente un preludio de la adversidad»; al contrario, resulta evidente que cuanta más belleza podamos compartir, más posibilidades tendremos de abordar juntos los caminos de futuro con armonía y respeto, porque como decía Dostoievski, estamos convencidos de que «la belleza salvará el mundo».

JORDI SAVALL
Bellaterra, febrero del 2011

Traducción: Juan Gabriel López Guix

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