FRANÇOIS COUPERIN Les Concerts Royaux
Jordi Savall, Le Concert des Nations
17,99€
Agotado
Ref: AVSA9840
- Le Concert des Nations
- Jordi Savall
Después de haber abordado las “Pièces de Viole” (1728), “Les Nations” (1726) y “Les Apothéoses” (1724) de François Couperin, que ya grabamos en 1976, 1985 y 1986 respectivamente, ahora presentamos aquí la interpretación de estos “Conciertos Reales” enteramente conscientes de las responsabilidades que el compositor deposita en el intérprete. Si bien él nos precisa que estas obras “son de otra Especie de las que he hecho hasta ahora” y añade que “se adaptan no sólo al Clavecín, sino también a la flauta, al oboe, a la viola y al bajón”, al fin y al cabo nos deja completamente abierta la instrumentalización relativa a cada pieza y Concierto. Couperin nos dice que “Estas piezas eran ejecutadas por los Señores Duval, Philidor, Alarius y Dubois; en ellas yo tocaba el Clavecín”. En vano podríamos esperar encontrar más precisiones a parte de las de los instrumentos que el mismo Couperin indica en su prefacio, donde también cita las funciones de los músicos. Es desde esta perspectiva que hemos resuelto la instrumentalización de cada Concierto habiendo elegido instrumentos diferentes y capaces de aportar la mejor expresión y la más grande definición de su carácter musical:
PRIMER CONCIERTO (en Sol mayor y menor): con el Oboe y el Bajón, el Violín, la Viola baja y el Bajo de violín.
SEGUNDO CONCIERTO (en Re mayor y menor): con la Viola baja, el Violín y el Bajo de violín.
TERCER CONCIERTO (en La mayor y menor): Flauta, Violín, Viola baja y Bajo de violín.
CUARTO CONCIERTO (en Mi mayor y menor): con todos los instrumentos juntos para el Preludio, el Rigodon y la Forlana, y separados para las diferentes danzas: Oboe y Bajón (Allemande), Flauta y Viola baja (Courante Françoise), Violín, Viola baja y Bajo de violín (Courante à l’italiene), Flauta y Violín con Viola baja y Bajo de violín (Sarabanda).
Del Continuo se encargan siempre el Clavecín, la Tiorba o la Guitarra, ya sea juntos o separados.
Los años 1714 y 1715 –cuando Couperin compone sus “Conciertos Reales”– se emplazan de lleno dentro de este “Gran Siglo” que entra en crisis y poco a poco se derrumba. Molière, Lully, Charpentier ya han muerto, el pueblo sufre una miseria espantosa y, en la más grande indiferencia, la Corte de Luis XIV intenta retrasar una decadencia que asoma y se expande por doquier. Racine, La Fontaine, Bossuet, La Bruyère y Marais se extinguen al mismo tiempo que apuntan los nuevos grandes de esta época: La Lande, Girardon, Le Sage y el mismo Couperin, que abandonará su cargo de organista de la Capilla del Rey a la muerte de Luis XIV en 1715.
A pesar de su prestigio, ¿qué sabemos del hombre Couperin? Su rostro cuadrado de mirada lúcida y su expresión casi severa no nos dicen demasiado sobre su carácter. De él nos queda solamente su música siempre sublime y sus escritos que nos muestran un lenguaje literario un poco limitado del que, de todas formas, es posible apreciar un pensamiento inteligente y una gran fineza de espíritu: “Yo pido gracia a los Señores puristas y gramáticos por el estilo de mis prefacios: yo hablo en ellos de mi arte, y si yo conviniera imitar la sublimidad del suyo, quizás no hablaría tan bien del mío”.
Couperin es el músico poeta por excelencia, el que cree en la capacidad de la Música para expresarse con “su prosa y su verso”. Su amor por el detalle y la precisión, la obsesión por la exactitud de los matices, van a la par con su rechazo de la Opera o las grandes masas orquestales. Su lenguaje, contrariamente a lo que se podría esperar, lo configuran elementos muy sutiles y enormemente subjetivos a pesar de su precisión, por lo que él mismo afirmó: “Yo creo que en nuestra manera de escribir música hay defectos que provienen de la manera que tenemos de escribir en nuestra lengua; esto significa que escribimos diferentemente de lo que ejecutamos”. Esto es, pues, lo que explicaría la anotación de “obras de circunstancia” que han marcado estos “Conciertos Reales”, ya que los compuso para el Rey Sol en el crepúsculo de su vida. De todas formas, si entramos en su profunda dimensión poética, descubrimos que estos Conciertos son portadores de una gracia que es “más bella aún que la belleza…”. La belleza, como dice La Fontaine, fuerza a la admiración, mientras que la gracia se insinúa en el alma para hacerla vibrar plenamente. Esta es también la esencia del pensamiento de Couperin que bien se resume en su frase: “Confesaría de buena fe que me gusta en demasía mucho más lo que me toca que lo que me sorprende.”
Jordi Savall
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