LUIGI BOCHERINI Fandango, Simfonie & Musica Notturna di Madrid
Jordi Savall
17,99€
Ref: AVSA9845
- Jordi Savall
- LE CONCERT DES NATIONS
Aunque Boccherini compuso villancicos, cantatas, oratorios, una misa, motetes, las llamadas arias académicas (de concierto) para soprano y orquesta, sobre textos de Metastatasio y una zarzuela sobre Ramón de la Cruz, el grueso de su producción es música instrumental. Ese hecho no era demasiado frecuente en su tiempo, y más en su país de origen, cuna de la ópera y vivero de música vocal sacra y profana. Dentro de esa gran producción, la música de cámara de Boccherini ocupa un lugar destacado, entre otras cosas porque su primera etapa española se desarrolló al servicio de infante don Luis, y este hermano del rey Carlos III, muy aficionado a la música, disponía de un cuarteto de cuerdas integrado por miembros de una misma familia, los Font. Si a ese cuarteto se incorporaba el propio Boccherini, se explica el alto número y la calidad de sus quintetos de cuerda con dos violonchelos.
Además de los instrumentos de cuerda, Boccherini utilizó en la música de cámara los de teclado-clave y piano- y la guitarra.
En este último caso, a consecuencia de su relación con un noble catalán establecido en Madrid, don Borja de Riquer, marqués de Benavent. Los quintetos con guitarra son arreglos de obras escritas anteriormente para cuarteto de cuerdas con otro violonchelo, como es el caso del Quinteto núm. 4 en Re mayor G. 448; o bien para cuarteto de cuerda y piano, como por ejemplo el Quinteto núm. 7 en Mi menor, G. 451.
Ambos han llegado hasta nosotros gracias al militar, guitarrista y compositor rosellonés François de Fossa (1775-1849), que se enroló en el ejército español entre 1797 y 1803. Apasionado de la guitarra es muy posible que visitara a Boccherini en Madrid y participase en alguna de las veladas musicales en casa de los marqueses de Benavent en la calle de Atocha. La influencia de Boccherini parece clara en los tres Cuartetos Op. 19, de Fossa, para dos guitarras, violín y violoncello.
Pero, junto a la música de cámara, no hay duda de que en el plano orquestal, el músico de Lucca, es uno de los adelantados del sinfonismo clásico, en el cual precede incluso a la mayor parte de la escuela de Mannheim. Su deuda, en todo caso, sería primero con Giovanni Battista Sammartini, verdadero progenitor de la sinfonía y luego con Franz Joseph Haydn, maestro por excelencia del género. A Sammartini le había conocido en 1765, cuando participó en unos conciertos que el compositor milanés ofreció en Cremona y Pavía. A Haydn le había tratado antes, durante una de las varias estancias con su familia en Viena, donde se presentó como solista de violonchelo.
El célebre musicólogo Giusseppe Carpani aseguró que el estilo de Mozart procedía de Haydn y Boccherini, situándole a la par de los dos grandes del clasicismo. Para Carpani, Mozart era heredero del músico toscano en cuanto a la trabazón de su lenguaje, y la seriedad, así como por la expresión melancólica que emana, en ciertos momentos, de la música de uno y otro. Un especialista mozartiano como Georges de Saint Foix, no excluye la posibilidad de que Mozart estudiase las obras de Boccherini publicadas por la firma Artaria de Viena.
El musicólogo Giorgio Pestelli dice que al comienzo de los años setenta, Boccherini se sitúa en igualdad respecto a Haydn y a Mozart por sus dotes melódicas, madurez técnica en el tratamiento del cuarteto, variedad lingüística y entusiasta apertura hacia los valores de la época.
Con frecuencia, la música de Boccherini se adentra en el mundo dramático y apasionado de la corriente germánica conocida por Sturm und Drang (Tempestad e impulso), practicada por Haydn a finales de la década 1761-70 y comienzos de la siguiente. Es decir, contemporáneamente al gran maestro de Rohrau, Boccherini se acerca al universo contrastado y lleno de empuje de la escuela de Mannheim, ciudad que se convirtió en la década de 1771-80 en un emporio para la ciencia y las artes. El propio príncipe elector, Carl Theodor, tocaba varios instrumentos, configurando una orquesta fabulosa a su servicio, modelo indudable de los conjuntos sinfónicos de nuestros días. La orquesta de Mannheim llegó a tener más de noventa profesores, provenientes de toda Europa, algunos de los cuales han pasado a la historia, como los Stamitz, Holzbauer, Toeschi, Danzi, Franz Xaver Richter, Cannabich, etc. El joven Mozart recibió una fuerte impresión al pasar por allí en 1778 y escuchar tan nutrido y preparado conjunto sinfónico.
La luminosidad, la gracia rococó y la idilica dulzura, en muchos casos, de la música de Boccherini, no le impide adentrarse en climas de fuerte dramatismo (por ejemplo, el “largo” del Quinteto en Fa mayor, G. 291, del año 1775, o en el allegro moderato inicial de la Sinfonía num. 23 en Re menor, G. 517, que figura en esta grabación), que se aproximan al ideal romántico. Esto se aprecia en algunos de los once conciertos para violonchelo y orquesta, pero especialmente en su colección de sinfonías, donde junto a los rasgos galantes de su tiempo, en el caso de Boccherini de gran delicadez y elegancia, surgen aquí y allá otros viriles e impulsivos que le aproximan a músicos tan notables como los hermanos Bach (Carl Philipp Emanuel y Johann Christian). Hallamos momentos de tajante e impetuosa rotundidad, como el que evoca Don Juan de Gluck en la Sinfonía num. 6 en Re menor, G. 506 La casa del diablo, o en el allegro giusto de la Sinfonía num. 17 en La mayor, G. 511, aquí incluida, último movimiento de los tres que la integran. Aquí Boccherini presenta en el centro un pasaje encantador independiente, cuya fina galantería contrasta fuertemente con el ímpetu riguroso del tema, a modo de giga, de los extremos. Por cierto, es impresionante el añadido a la giga que prolonga la melodía en los graves, en sorprendente caída hacia los registros más sombríos. La sensibilidad “prebiedermeier” de Boccherini se encuentra en movimientos como el andante amoroso de la Sinfonía en Do mayor G. 505, en el “adagio non tanto” de la Sinfonía en Si bemol, G. 507, o en otro “andante amoroso” de la Sinfonía en Re menor G. 517, del año 1787, recogida en este registro de Le Concert des Nations, en el que Boccherini pide tocar “soave”, “con semplicità”, y “dolcíssimo”.
No se caracterizó el músico de Lucca por ahondar en la forma sonata; antes bien, rehuyó los largos desarrollos y hasta se mostró conservador en cuestiones como la de la música pastoril o el persistente uso del minueto, introduciéndolo incluso en sinfonías con tres movimientos.
Donde se revela absolutamente personal es en el campo de la música de cámara, sobre todo si tenemos en cuenta su precocidad para plantear soluciones a un género que prácticamente iniciaba su andadura. Me refiero al cuarteto de cuerdas, extensible a los quintetos y sextetos, por la importancia que otorgó a lo melódico, con efectos imitativos como los que se pueden apreciar en el Quintettino G 324 La Musica Notturna delle strade di Madrid (toques militares) o las huellas de un casticismo hispano muy evidente en el tercer movimiento del citado Quintettino; en este, Boccherini realiza una filigrana goyesca de garbo y desplante al describir como los españoles se divierten por las calles. Las majas y los manolos que pinta en los sainetes Don Ramón de la Cruz, tienen aquí su paisaje sonoro. También evoca el Madrid de la década 1771-80 la célebre Ritirata, extraída del Libro de Ordenanzas de los toques de Pífanos y Tambores que se tocan nuevamente en la Infantería Española, del que es autor el coronel Manuel Espinosa. El toque de “retreta” o retirada, con su solemne aire de marcha, pone digno final a esta deliciosa partitura.
Los quintetos con guitarra se tocaron en las academias musicales del marqués de Benavent entre los años 1796 y 1799. Se celebraban al menos dos veces por semana y Boccherini tuvo que recurrir a arreglos de otras obras suyas para atender a las peticiones del marqués, gran aficionado a la guitarra y notable intérprete. En el caso del Quinteto del Fandango tuvo que transcribir movimientos de dos quintetos diferentes, el G. 270 (1771), con dos violonchelos, para el Pastorale y allegro maestoso, y para el grave assai y Fandango, el G. 341 (1788), ambos quintetos de dos violonchelos. Es tan perfecto y admirable el encaje obtenido, que nadie diría que se trata de una adaptación instrumental y además de movimientos de obras diferentes. Las castañuelas, aconsejadas por el propio Boccherini para el Fandango, son un acierto de esta excelente versión.
La armonía en Boccherini presenta matices llenos de delicadeza, así como la dinámica. A veces son llamativos los saltos y modulaciones, estas proclives a una sutil melancolía.
Los ritmos sincopados caracterizan su estilo, así como los temas basados en el acorde de tónica, con enérgicos unísonos como los que aparecen en el muy Sturm und Drang “allegro moderato” de la Sinfonía num. 23 en Re menor, G. 517, donde sólo es desarrollado el tema principal de los varios que aparecen en la exposición. Boccherini gusta de ornamentar las ideas secundarias, a veces muy breves, pero que él sabe introducir más de una vez con ligeros cambios armónicos, figuraciones rítmicas, y color instrumental.
En cierta ocasión negó al joven violinista Alexandre Boucher (1778-1861) el permiso para ejecutar uno de sus quintetos en la casa de Osuna. Boucher insistió y, cuando comenzaron a tocar, Boccherini retiró las particellas de los atriles.
Sois demasiado joven para tocar mi música, dijo, exteriorizando una vez más esa arrogante dignidad artística que, con toda probabilidad, le granjeó muchos enemigos entre los orgullosos españoles.
Debe ser cierto que usted toca muy bien el violín – recalcó- pero mi música requiere inevitablemente una cierta experiencia, una manera que no puede ser extraída de su modo de entenderla. Aquel día, Boucher comprendió y se convirtió en discípulo fervoroso de Boccherini.
Ciertamente, el maestro de Lucca era un genio de la música. Entre las novedades que aportó su arte, hemos de agradecer la voluntad de incorporar elementos de la música tradicional española a los géneros clásicos por excelencia en la música instrumental de su tiempo. Y haberlo hecho, como expresó en una ocasión Luigi della Croce, practicando “la geniale nebulosità delle forme” y dejando, en algunos casos, su obra sinfónica a la puerta de entrada al Romanticismo.
ANDRES RUIZ TARAZONA
(1) Speck, Christian: Las arias de concierto de Boccherini. Mozart-Jahrbuch 2000 pp.225-244. Speck es el editor de las sinfonías completas de Luigi Boccherini.
(2) Una cosa rara, ossia bellezza ed onestà, de Vicente Martín y Soler apareció en una grabación de Le Concert des Nations dirigido por Jordi Savall, el año 1991 (Astrée/Auvidis)
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