FRANÇOIS COUPERIN Pièces de violes – 1728
Jordi Savall
Alia Vox Heritage
17,99€
Agotado
Referencia: AVSA9893
- Jordi Savall
- Ton Koopman
- Ariane Maurette
Compuestas posiblemente en homenaje a Marin Marais –el gran maestro de la viola que acababa de expirar a la edad de setenta y dos años–, las Pièces de Violes de François Couperin, publicadas en 1728, se consideran hoy como una de las obras maestras de la música de cámara del Barroco y una de las cumbres absolutas del repertorio de viola de gamba, situada en un nivel similar a las tres Sonatas para viola de gamba y clave de J. S. Bach.
Compuestas posiblemente en homenaje a Marin Marais –el gran maestro de la viola que acababa de expirar a la edad de setenta y dos años–, las Pièces de Violes de François Couperin, publicadas en 1728, se consideran hoy como una de las obras maestras de la música de cámara del Barroco y una de las cumbres absolutas del repertorio de viola de gamba, situada en un nivel similar a las tres Sonatas para viola de gamba y clave de J. S. Bach. En estas obras de madurez, un Couperin (de 60 años) enamorado de la viola de gamba supo sintetizar mejor que nadie, en dos suites magistrales, los registros esenciales de ese instrumento: del lirismo elegíaco de los Préludes al desbordante virtuosismo de la misteriosa Chemise blanche, de la tristeza y la emoción profundas de la Pompe funèbre a la exuberancia y la elegancia vital de los movimientos de danza. Es fácil comprender, escuchando esas obras, todo el sentido de su máxima: «Confieso de buen grado que prefiero lo que me emociona a lo que me sorprende». Nos recuerda esa misma oposición entre verse emocionado y sorprendido que encontramos en los versos de Adonis, «La gracia aun más bella que la belleza», de su contemporáneo el creador de las Fábulas. La belleza, para La Fontaine, desarticula y fuerza a la admiración, mientras que la gracia se insinúa en el alma para hacerla vibrar plenamente. Son definiciones clave en las cuales esos artistas han condensado su arte; un arte impregnado de aparente simplicidad, pero trastornado por estallidos de tristeza y alegría, donde cada una da nacimiento a la otra y que desembocan en un lenguaje de lirismo cautivador que fluye como la más pura de las aguas tras haberse filtrado por la arena de ese manantial inagotable que es el alma de los grandes artistas.
La reedición de las Pièces de Violes de François Couperin, grabadas en diciembre de 1975 (pocos meses después de la grabación del 2e Livre de Pièces de Viole de Marin Marais) y editadas en su momento como disco inaugural del nuevo sello Astrée (fundado por Michel Bernstein), constituye para mí un momento muy especial de recuerdo y reflexión. Primero, sobre los azares de la vida y la importancia que puede tener en determinados momentos el encuentro con personas sensibles capaces de comprendernos, creer en nosotros y ayudarnos. Hay que constatar, de entrada, que todo esto no habría sido posible sin una larga cadena de encuentros vitales y excepcionales; empezando por el más esencial, el encuentro con Montserrat Figueras en el Conservatorio de Barcelona en 1963/64. Un año más tarde, tras concluir mis estudios de violonchelo, durante mi participación en un stage de música de cámara con el clavecinista Rafael Puyana en Santiago de Compostela (verano de 1965), Puyana me convenció del interés de interpretar las músicas que tocaba (de Ortiz, Marais y Bach) con el instrumento para el cual habían sido compuestas y de hacer el esfuerzo de aprender a la viola de gamba. Justo después siguió, gracias a la recomendación de Montserrat, la colaboración con el conjunto Ars Musicæ de Barcelona (1965-1967), que me proporcionó mi primera viola. Me enamoré por completo de ese nuevo instrumento y, para conocerlo bien y dominarlo, comenzaron entonces los viajes de investigación y estudio en la Biblioteca Nacional de París, en el Museo Británico de Londres y en la Biblioteca Real de Bruselas (1966-1967), así como los años de estudio en la Schola Cantorum Basiliensis de Basilea junto al profesor August Wenzinger (1968-1970). Se produjeron entonces mis primeros encuentros, colaboraciones y conciertos con Rafael Puyana, Blandine Verlet, Hopkinson Smith y Ton Koopman, y más tarde con Michel Piguet (Ensemble Ricercare), Trevor Pinnock (The English Concert), Gustav Leonhard (La Petite Bande). Por último, a todo eso debe añadirse una decena larga de años de preparación y trabajo disciplinado pero estimulado sin cesar por la presencia amorosa de Montserrat Figueras, esposa y musa siempre de lo más inspiradora.
En este fresco, rico de por sí en acontecimientos y encuentros, deben subrayarse dos momentos determinantes que influirán de modo bastante importante mi trabajo personal con la viola de gamba (interpretación) y la proyección de ese instrumento en el mundo (grabaciones): primero mi encuentro con la musicóloga Geneviève Thibault, más conocida como la condesa de Chambure, en la primavera de 1972 y luego en 1974 con Michel Bernstein, fundador del sello Astrée.
Hasta 1972 mi única viola de gamba fue un instrumento moderno fabricado en 1965 por el luthier Manuel Fleta de Barcelona; por ello, el clavecinista Rafael Puyana –con quien ya había dado algunos recitales en los que interpretábamos las tres sonatas de Bach para viola de gamba y clave– me propuso ir al Museo de Instrumentos del Conservatorio de París y tocar para su directora la condesa de Chambure. Mientras tocábamos en el fondo de la sala con un hermosísimo clave antiguo, ella permaneció sentada en su despacho trabajando o haciendo ver que trabajaba con sus papeles esparcidos sobre una gran mesa. Al partir, me sorprendió mucho su observación: «Joven, toca usted muy bien, pero tiene un instrumento malo. La próxima vez que venga a París, acuda a verme». Por un afortunado azar, dos meses más tarde, tuve que volver a París para grabar (para Erato) un concierto de Telemann para flauta de pico y viola de gamba con Michel Piguet y la orquesta de cámara Jean-François Paillard. Aproveché la ocasión para llamar a la condesa de Chambure, quien enseguida me concedió una cita. Nada más llegar a su casa en Neuilly-sur-Seine, me propuso dar un concierto en su temporada «Musique d’Autrefois» con las obras del señor de Sainte-Colombe, para lo cual debía elegir una de las numerosas violas de gamba que tenía en su extraordinaria colección. Acto seguido, me dejó solo en aquel inmenso salón lleno de instrumentos, y yo empecé a probar las diferentes violas. Al cabo de una buena media hora, ya tenía el instrumento ideal: un hermoso bajo de viola de siete cuerdas de un fabricante anónimo de finales del siglo XVII; y, cuando regresó la condesa, le dije: «Ésta me gusta mucho»; y me aventuré a añadir que el instrumento era «muy diferente del mío y que tendría que practicar con él un poco antes del concierto». Para gran sorpresa por mi parte, me dijo: «Claro, se lo puede llevar ahora mismo», y sin otra formalidad salí de su casa con dos violas de gamba, la mía y la que tan generosamente me acababa de prestar: tal era mi alegría que, a pesar del peso, tuve la impresión de estar flotando.
Gracias a la calidad del sonido de ese instrumento anónimo del siglo XVII, todas las indicaciones históricas sobre la forma de tocar la viola que intentaba aprender con paciencia desde hacía siete años se hicieron de pronto más evidentes y más fáciles de ejecutar: golpes de arco en el aire, inflar, proyectar o expresar el sonido, interpretación desigual, arpegios, flexibilidad y precisión, etcétera. El instrumento era como un caballo deseoso de correr y saltar; bastaba un pequeño gesto preciso para hacerlo reaccionar y vibrar plenamente. Tres años más tarde (1975), fue el instrumento que utilicé para la grabación de las Pièces de Violes de François Couperin, la segunda viola tocada por Ariane Maurette era la Barak Norman de 1697 que había tenido la enorme suerte de poder adquirir en 1973, y el maravilloso clave tocado por Ton Koopman era de Gilbert des Ruisseaux, de finales del siglo XVII, recién restaurado de forma espléndida por Hubert Bédart. La iglesia románica de Saint-Lambert-des-Bois nos proporcionó el marco acústico ideal para ese estilo de música, con un sonido cálido y amplio, que permitía una gran cercanía, necesaria para captar de una forma íntima todo el refinamiento de la música y de la interpretación de los instrumentos.
Fue también gracias a la condesa de Chambure que tuve ocasión de conocer a Michel Bernstein tras un concierto que dimos en París con Montserrat, Hopkinson Smith y Lorenzo Alpert en 1974 y unos meses más tarde en Nantes en un concierto con Trevor Pinnock y Stephen Preston, en el marco de una exposición itinerante de instrumentos barrocos que la condesa organizaba por diversas ciudades de Francia. Michel Bernstein enseguida mostró un gran interés por grabar las Pièces de violes de François Couperin, una de las obras más importantes del repertorio, pero yo quería antes convencerlo de hacer varias grabaciones dedicadas a los Cinq livres de pièces de viole de Marin Marais. Hablamos largamente y al final nos pusimos de acuerdo para hacerlo todo. Empecé por el segundo libro de Marais (en agosto) y unos meses más tarde, en diciembre, hice las Pièces de Violes de François Couperin, lo que permitió a Michel Bernstein presentar a principios de 1976 el primer disco de su nueva colección Astrée, dedicada a la « Deffence & Illustration de la Musique Française » (Defensa e ilustración de la música francesa). La colaboración con Astrée por parte de Michel Bernstein se prolongó hasta la compra del sello por Auvidis y, tras veinticinco años de estrecha colaboración (y más de sesenta grabaciones editadas), terminó en 1990 con su separación de la dirección artística como consecuencia de graves divergencias. Esa desdichada situación nos obligó a convertirnos en los únicos productores de la grabación de la banda sonora de Tous les matins du monde (Todas las mañanas del mundo) cediendo a Astrée/Auvidis la comercialización durante los diez primeros años. La mala suerte quiso que el juicio entablado por Michel Bernstein antes de la producción de Tous les matins du monde, impidiera injustamente que quien había estado, con Astrée, en el origen de ese fenomenal redescubrimiento de Mr. de Sainte-Colombe y Marin Marais participara y se aprovechara de aquel extraordinario éxito.
Esta reedición es un doble homenaje a cuantos se han sentido inspirados por el «amor de una viola»; ante todo, al gran arte de François Couperin y, a continuación, a quienes a lo largo de toda mi vida han contribuido a hacer posible mi camino inspirado por el mismo amor. Y sin dejar de albergar a lo largo de todo este largo recorrido un recuerdo especial lleno de gratitud por esas dos grandes personalidades y esos dos amigos que fueron Geneviève Thibault, condesa de Chambure, y Michel Bernstein, grandes pioneros ambos de la «defensa e ilustración de la música francesa» que hicieron suya la divisa de Couperin («prefiero lo que me emociona a lo que me sorprende »).
JORDI SAVALL
Bellaterra, primer día del otoño de 2012
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