Memoria de la esclavitud
1444-1888
La humanidad se divide en dos: los amos y los esclavos.
Aristóteles (385-322 a. C.), Política
Homo homini lupus est.
Plauto (h. 195 a. C.), Asinaria
El hombre es un lobo para el hombre.
Thomas Hobbes (1651), De Cive
A pesar de que durante más de cuatro siglos, entre 1444 (fecha de la primera expedición de captura colectiva, descrita en un texto contemporáneo) y 1888 (fecha de la abolición de la esclavitud en Brasil), las potencias europeas deportaron y redujeron a la esclavitud a más de 25 millones de africanos, ese período histórico –uno de los más dolorosos e infames de la historia de la humanidad– sigue siendo escasamente conocido por el público general. Los hombres, mujeres y niños brutalmente deportados desde sus poblados en África hasta las colonias europeas del Nuevo Mundo tenían por todo equipaje su cultura de origen: creencias religiosas, medicina tradicional, hábitos alimentarios, pero también músicas, cantos y bailes que practicaron en sus nuevos emplazamientos, conocidos como «ingenios» o «plantaciones». Intentaremos evocar esos vergonzosos momentos de la historia de la humanidad con los textos y los testimonios más elocuentes, acompañados por la emoción y la energía vital de las músicas que se cantaban y bailaban.
Ahora bien, ¿cómo podían pensar en cantar y bailar cuando estaban reducidos a la categoría de esclavos? La respuesta es sencilla: el canto y el baile, ritmados por la música, fueron los únicos espacios de expresión y libertad que nadie podía arrebatarles. Fueron, por lo tanto, el principal medio que les permitió sentirse libres, libres para expresar cantando sus penas y alegrías, sus sufrimientos y anhelos, y para acordarse de sus orígenes y seres queridos. Para esos seres humanos cuyos orígenes y lenguas eran muy diversos, aquello permitió también recrear un universo común y resistir a la negación de su humanidad.
Nacida hace más de 5.000 años, la esclavitud es la más monstruosa de todas las instituciones creadas por el hombre a lo largo de su historia. En realidad, su existencia sólo está atestada de modo objetivo a partir del momento en que comienza la historia (en oposición a la prehistoria), es decir, a partir de la invención de los primeros sistemas de escritura. Su organización está estrechamente vinculada a la invención del Estado en el sentido moderno del término, es decir, como órgano de coerción centralizado apoyado en un ejército y una burocracia. En efecto, tanto la una como la otra, como bien subrayó Christian Delacampagne en su Histoire de l’esclavage (París, 2002), «aparecieron hace cinco mil años en el interior de esa zona que los historiadores llaman Creciente Fértil […] Hay una explicación sencilla a esa conexión de apariencia sorprendente entre el nacimiento de la escritura, la esclavitud y el Estado: los tres se volvieron posibles cuando las fuerzas productivas de una formación determinada, en un lugar y un momento determinados, se desarrollaron lo bastante para permitir la producción de una cantidad de alimento superior a la cantidad necesaria para la subsistencia de la comunidad».
Sabemos que en la antigua Grecia, como tan bien explica Paul Cartledge en su interesante texto, existían miles de comunidades políticas separadas y que las principales ciudades basaban sus relaciones sociales, políticas y económicas en el trabajo de los esclavos. «La definición de Aristóteles del ciudadano en tanto que varón que desempeña un papel activo como miembro de la asamblea pública y como magistrado encaja perfectamente con el ciudadano democrático ateniense. De modo que, en efecto, parece haber existido un círculo que se autoalimentaba entre esclavitud minera y democracia: un círculo virtuoso para los ciudadanos libres y vicioso para los esclavos explotados y maltratados.»
En la Antigüedad y la Edad Media, los esclavos negros eran una mercancía exótica y rara pero de gran valor para sus propietarios. Durante más de dos mil años, los esclavos fueron mayoritariamente blancos, procedentes del norte de Europa y las regiones circundantes del Mediterráneo. Todo cambió cuando, inaugurado por las Coronas de Portugal y España a mediados y finales del siglo XV, quedó establecido un considerable tráfico comercial entre Europa, África y América.
Por lo demás, la esclavitud ya existía en África antes del inicio de las expediciones masivas de portugueses y españoles. Son las necesidades de sustituir la poco resistente mano de obra nativa, sobre todo a partir del momento en que se aceptó que los indios poseían un alma y debían ser cristianizados, las que marcan el inicio del moderno mercado de esclavos negros de África hacia el Nuevo Mundo. Sabemos que en los barcos de Cristóbal Colón había esclavos negros y que poco después de 1500 el rey Fernando I da instrucciones para la compra y el traslado de eslavos negros a la isla de La Española con objeto de destinarlos al trabajo en las minas de oro. Alonso de Zuazo, juez de residencia en dicha isla nombrado por el cardenal Cisneros, recomienda en una carta del 22 de enero de 1518: «Dar licencia general que se traigan negros, gente recia para el trabajo, al revés de los naturales, tan débiles que sólo pueden servir en labores de poca resistencia». Es en esa isla donde se produce, ya en 1522, la primera revuelta de esclavos negros en el Nuevo Mundo.
Los franceses se inician en la trata a partir de la década de 1530 en la desembocadura de los ríos Senegal y Gambia. En los primeros años del siglo XVII, con la llegada de los ingleses al Caribe, primero a las Bermudas (1609) y luego en las Barbados, son los holandeses los primeros en desembarcar veinte esclavos africanos (el 20 de agosto de 1619) en el puerto de Jamestown, en la colonia inglesa de Virginia dedicada al cultivo del tabaco. Es la primera vez que se introducen de ese modo negros en el suelo de los futuros Estados Unidos. Es también el comienzo de una historia particularmente dolorosa: la historia de quienes hoy se denominan afroamericanos.
De modo paradójico es durante el Siglo de las Luces (1685-1777) cuando asistimos al apogeo de la trata de negros. Como Christian Delacampagne, nos planteamos las mismas preguntas: «¿Son inseparables la tiniebla y la luz? ¿Son incapaces los progresos de la razón de generar los de la justicia? Tal parece ser, en todo caso, la lección de la historia europea. Sin embargo, habrá que esperar otros dos siglos más, decenas de guerras y varias tentativas de genocidio para que al fin esa amarga lección sea extraída de modo explícito, después de 1945, por los filósofos Max Horkheimer y Theodor W. Adorno (Dialéctica de la Ilustración, 1947)».
Con nuestro libro-CD-DVD de Alia Vox (que contiene las grabaciones en audio y vídeo realizadas en directo con ocasión del concierto dado en el Festival de la Abadía Fontfroide el 19 de julio del 2015), queremos dar a conocer los datos esenciales de esta terrible historia a través de la sorprendente vitalidad y la profunda emoción de las músicas conservadas a partir de las antiguas tradiciones de los descendientes de los esclavos. Unas músicas que perduran en las profundas huellas de la memoria de los pueblos implicados, originarios de las costas del África occidental, Brasil (jongo, caboclinho paraibano, ciranda, maracatú y samba), México, las islas del Caribe, Colombia y Bolivia (cantos y danzas de tradiciones africanas), así como en las músicas de las tradiciones griots de Malí. Son piezas interpretadas por músicos de Brasil, Colombia, México, Malí, Marruecos y Madagascar, y mantienen un diálogo con las formas musicales hispánicas inspiradas en los cantos y bailes de los esclavos, los indígenas, así como en todo tipo de mezclas basadas en tradiciones africanas, mestizas o indias. El testimonio de la colaboración más o menos forzada de los esclavos en la liturgia de las iglesias del Nuevo Mundo se ve representado por villancicos de negros, villancicos de indios y negrillas, canciones cristianas compuesta por Mateo Flecha el Viejo (La negrina), Juan Gutiérrez de Padilla (manuscritos de Puebla), Juan de Araujo, Roque Jacinto de Chavarría, Juan García de Céspedes, fray Filipe da Madre de Deus, etcétera, todo ello interpretado por los cantantes y músicos solistas de La Capella Reial de Catalunya y Hespèrion XXI, junto con músicos procedentes de Brasil, Venezuela, Argentina, México, España y Cataluña. Se combinan de ese modo, en una relación por primera vez triangular (que incluye tres continentes: Europa, África y América Latina), las herencias africanas y americanas con los préstamos del Renacimiento y el Barroco europeos en un testimonio perturbador y no obstante profundamente optimista de un patrimonio musical que no deja de constituir la parte más positiva de una cultura de conquista y evangelización forzada.
No cabe un contraste más extremo que el existente entre la conmovedora belleza y la misteriosa potencia de esas músicas y la brutalidad de los testimonios y las descripciones detalladas por los cronistas o los religiosos de la época; unos testimonios y descripciones que hemos seleccionado (recitados por Bakary Sangaré) y que se refieren a las expediciones de captura de hombres y mujeres en sus poblados africanos. De todo ello tomamos conciencia gracias a los estudios, los descubrimientos históricos y las reflexiones sobre el tema contenidos en los diferentes artículos magistralmente elaborados por nuestro formidable equipo de expertos: Paul Cartledge, José Antonio Piqueras, José Antonio Martínez Torres, Gustau Nerín y Sergi Grau (cronología con textos de referencia).
Por otra parte, al mismo tiempo que rendimos un emotivo homenaje de memoria en relación con ese sombrío período por medio de las músicas de los descendientes de los esclavos, también queremos apelar en cada uno de nosotros al deber de reconocimiento de la extrema inhumanidad y de los terribles sufrimientos causados a todas las víctimas de aquel horrible comercio. Esa empresa infame, perpetrada por la mayoría de las grandes naciones europeas, que golpeó a millones de hombres, mujeres y niños africanos sistemáticamente deportados y brutalmente explotados durante más de cuatro siglos, permitió la gran riqueza de toda la Europa de los siglos XVIII y XIX. Unas naciones civilizadas que hasta el día de hoy no han considerado oportuno hacer una petición global de perdón ni tan sólo una propuesta de compensaciones (simbólicas o reales) por el trabajo forzado que realizaron aquellos esclavos considerados como bienes muebles (simples «instrumentos de trabajo» sin alma). Al contrario, en esos cuatro siglos de trata durante los cuales se instalaron poco a poco en las costas africanas, los principales países europeos consiguieron «colonizar» África, es decir, considerar que les pertenecía. Fue como si, desde el final de la Edad Media hasta el final del siglo XIX, Europa no hubiera dejado de perseguir un mismo y único objetivo: dominar, una tras otra, todas las tierras que se extienden al sur del Mediterráneo.
Ante la extrema gravedad del flujo de seres humanos procedentes de África (con grave riesgo de su vida; más de 3.000 muertos desde principios del 2016) a través de ese mar antaño llamado MARE NOSTRUM y convertido hoy en un triste MARE MORTIS, me pregunto cómo es posible que a principios del siglo XXI ninguno de los principales responsables de la inmigración de los países europeos recuerde la enorme deuda moral y económica que tenemos contraída con esos africanos que se ven hoy obligados a huir de unos países asolados por la miseria o destruidos por guerras tribales o territoriales, abandonados a menudo entre las manos de dictadores corruptos (respaldados por nuestros propios gobiernos) o de compañías multinacionales insaciables.
Durante los años del final oficial de la esclavitud (1800-1880), vemos arraigar con fuerza (sobre todo en los países donde ese sistema perduró más tiempo) otra forma aberrante e inhumana de relación, una relación caracterizada por un odio visceral hacia el otro, hacia el extranjero y sobre todo hacia el antiguo esclavo: el racismo. La esclavitud crece sobre el desprecio al otro, al negro, al mestizo, al indio, mientras que el racismo se alimenta del odio hacia quien ya no es esclavo, sino que es diferente. Como afirma Christian Delacampagne: «La historia de la esclavitud precede y prepara la del racismo. Históricamente la esclavitud aparece primero. El racismo sólo es la consecuencia de la prolongada familiaridad de una civilización con una institución, la esclavitud, cuyas víctimas son desde el principio extranjeros».
Queremos insistir al mismo tiempo en el hecho de que, en estos inicios del tercer milenio, la tragedia no ha terminado todavía para más de 30 millones de seres humanos, de los cuales una gran parte son niños o muchachas que padecen nuevas formas de esclavitud en los ámbitos de la producción y la prostitución. Denunciamos indignados que la humanidad en su conjunto no hace lo que debería para poner fin a la esclavitud y otras formas de explotación emparentadas. Por más que terminantemente prohibida en la gran mayoría de los países del mundo y por más que condenada de forma oficial por las instancias internacionales, la esclavitud sobrevive hoy, y también en el seno de los países industrializados que se quieren democráticos. Como escribió Christian Delacampagne: «Frente a la esclavitud, como frente al racismo, no hay compromiso posible. No hay tolerancia posible. Sólo hay una única respuesta: la tolerancia cero». Contra esos escándalos absolutos que son la explotación del trabajo infantil y la prostitución de menores, contra esas lacras endémicas de la sociedad humana que persisten con nuevas formas de esclavitud y contra el odio al otro que es la fuerza inhumana del racismo, el combate no ha concluido.
Por medio de los textos y las músicas de nuestro libro-CD-DVD queremos contribuir a la continuación de ese combate. Estamos convencidos de que el privilegio de poder gozar del conocimiento del pasado nos permite ser más responsables y, en consecuencia, nos obliga moralmente a actuar contra semejantes prácticas. Las músicas de este programa representan la verdadera historia viva de un pasado largo y doloroso, escuchemos estos cantos de supervivencia y resistencia llenos de emoción y esperanza, esas músicas de la memoria de una historia de absoluto sufrimiento en la cual la música se convirtió en una auténtica fuente de supervivencia, sin dejar de ser –felizmente para todos– un refugio eterno de paz, consuelo y esperanza.
JORDI SAVALL
Sarajevo-Bellaterra
21-23 octubre 2016
Traducción: Juan Gabriel López Guix
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