W.A. MOZART – Le Testament Symphonique
Jordi Savall, Le Concert des Nations
21,99€
A mediados de 1788 Mozart alcanza, con 32 años, la plena madurez creativa, dominada por sus tres últimas sinfonías, unas obras maestras absolutas que compuso en un período muy corto, apenas mes y medio. Ese extraordinario «macizo sinfónico» con las tres cumbres de la n.º 39 en mi bemol del 26 de junio, la n.º 40 en sol menor y la n.º 41 en Do mayor, la Júpiter, del 10 de agosto, representa sin lugar a dudas su «testamento sinfónico».
El testamento sinfónico de Mozart
1787-1791 Años de madurez creativa, años de desamparo
A mediados de 1788 Mozart alcanza, con 32 años, la plena madurez creativa, dominada por sus tres últimas sinfonías, unas obras maestras absolutas que compuso en un período muy corto, apenas mes y medio. Ese extraordinario «macizo sinfónico» con las tres cumbres de la n.º 39 en mi bemol del 26 de junio, la n.º 40 en sol menor y la n.º 41 en Do mayor, la Júpiter, del 10 de agosto, representa sin lugar a dudas su «testamento sinfónico». Una tarea titánica que lleva a cabo sin obedecer ningún encargo preciso y, no lo olvidemos, en unas condiciones de vida extremadamente precarias, como lo pone de manifiesto esta carta (casi contemporánea de la composición de la sinfonía en sol menor K.550, acabada el 25 de julio), que envió a Michael Puchberg, miembro de la logia Zur Wahrheit (La Verdad), que a menudo respondió en esa época a sus desesperadas peticiones de ayuda y le prestó regularmente dinero:
«Muy querido amigo y hermano de la Orden:
A causa de las grandes dificultades y complicaciones, mis asuntos se han vuelto tan enrevesados que resulta fundamental poder obtener dinero con estos dos recibos de la casa de empeños. Le ruego, en nombre de nuestra amistad, que tenga esa amabilidad, pero debería ser de manera inmediata. Perdone que lo importune, pero ya conoce mi situación.»
Resulta difícil imaginar hoy en día un contraste más brutal entre esa situación de desamparo insoportable que Mozart tuvo que padecer a diario, sobre todo en los últimos años de su vida, y la grandeza y la abrumadora riqueza de su inspiración musical, tan única y admirable. Por eso, constituye un gran honor para nosotros presentar el «testamento sinfónico» de Mozart, con la grabación de sus tres últimas sinfonías interpretadas por la orquesta Le Concert des Nations tocando instrumentos de época, un honor que nos obliga a ser aun más plenamente conscientes de los grandes sufrimientos y las extremas dificultades vividos por Mozart en una época y en una sociedad que no supieron comprenderlo en su verdadera dimensión musical y menos incluso darle el apoyo moral y económico que necesitaba para desarrollar con plenitud su genio incomparable.
Durante el proceso de trabajo realizado para estudiar y comprender el contexto y las motivaciones creativas de Mozart en el momento de la composición de sus tres últimas sinfonías, me pareció necesario sumergirme de nuevo en el estudio de su obra y los acontecimientos más influyentes de su vida durante la segunda parte de 1787 y los años posteriores. En el verano de 1788, Mozart vive un período de extraordinaria creatividad y madurez, pero se trata también de la época en que su vida cruza el umbral de la pobreza para alcanzar el de la miseria más degradante; ello lo obliga a endeudarse más allá de lo razonable, pidiendo de modo regular préstamos a sus amigos de las logias masónicas de las que forma parte desde el ingreso en la Orden el 14 de diciembre de 1784.
Gracias a las formidables investigaciones realizadas por H. C. Robbins Landon en la década de 1980, se han podido confirmar con claridad los vínculos que tuvo Mozart en los últimos años de su vida con la francmasonería y, sobre todo, con la logia Zur gekrönten Hoffnung (La Esperanza Coronada) de Viena. Por tal razón hemos elegido como cubierta de nuestra edición un cuadro anónimo que nos muestra la representación de una tenida de esa logia masónica en 1790. Advertimos con claridad la presencia de Mozart como primer personaje a la derecha del cuadro. Para reforzar la presencia visual de Mozart en la imagen de la cubierta, nos hemos permitido sustituir la ilustración que, en cuadro, cuelga del muro del fondo por el retrato inacabado de Mozart pintado por su cuñado Joseph Lange entre 1789 y 1790. La pintura alegórica del lienzo original (reproducida en el interior del libreto) representa una extensión de agua y un arco iris. Al ser el arco iris aparecido tras el Diluvio un símbolo de esperanza en el lenguaje bíblico y masónico, tenía que resultar evidente para los iniciados que la logia representada en ese cuadro era «La Esperanza Coronada».
Esos vínculos con la francmasonería quedan confirmados por el descubrimiento de un documento auténtico en el cual Mozart es citado como miembro
N.º 56, «Mozart Wolfgang K. K. Kapellmeister III»
(«Maestro de capilla imperial y real [grado] III»)
Sabemos también que la obra masónica más importante de Mozart, la Maurerische Trauermusik (K.477), se interpretó en 1785 con ocasión de la ceremonia fúnebre por la muerte de dos hermanos de esa logia: Georg August, duque de Mecklenburgo-Strelitz (fallecido el 6 noviembre) y Franz, conde de Esterházy de Galántha (fallecido el 7 de noviembre). El 17 de noviembre se celebró una tenida fúnebre con la participación de un conjunto orquestal tan extraordinario como fortuito que incluía la presencia de los dos hermanos músicos Anton David y Vincenz Springer, que interpretaron las partes de corno di bassetto y a quienes podemos suponer razonablemente que se añadió el amigo de Mozart Anton Stadler tocando la parte de clarinete. Estamos totalmente de acuerdo con Robbins Landon, cuando escribe: «Por la densidad de su simbolismo, esa Música fúnebre masónica muestra que Mozart estaba totalmente impregnado de las teorías y las filosofías de la muerte y su relación simbólica con el primer grado de la Orden».[1]
Dos años más tarde en 1787, Mozart comienza el año con buenos augurios tras la entusiasta acogida de la que es objeto durante su estancia en Praga, donde se le ofrece todo cuanto Viena le niega: éxito, apoyos oficiales, escena y compañía teatral. Sin embargo, surge una crisis, y responde: «Pertenezco demasiado a otras personas, y demasiado poco a mí mismo». Desea soledad para componer y reflexionar. En los meses siguientes, diversos acontecimientos muy vinculados con su vida personal lo afectarán profundamente: la separación, que pone fin al más delicioso amor de su vida, Nancy Storace (la Susanna de las Bodas), la muerte de su tercer hijo, la de su amigo Hatzfeld y la noticia (el 4 de abril) del empeoramiento del estado de salud de su padre y luego su muerte, ocurrida en su ausencia el 28 de mayo de 1787.
Es en esa época cuando fraternalmente (en el sentido de la fraternidad masónica) le habla a su progenitor del sentido de la muerte. En una carta célebre escrita el 4 de abril de 1787, Wolfgang confiaba a Leopold, que por entonces agonizaba: «Dado que la muerte (si analizamos bien) es el verdadero objetivo final de nuestra vida, me he familiarizado tanto desde hace algunos años con esa auténtica y perfecta amiga del hombre que su imagen no sólo ya no tiene nada de espantoso para mí, sino que me resulta muy tranquilizadora, muy consoladora. Y doy gracias a Dios por haberme acordado la felicidad de aprovechar la ocasión (tú me comprendes) de aprender a conocerla como la «clave» de nuestra verdadera felicidad. No me acuesto jamás por la noche sin pensar que al día siguiente (por joven que sea) puede que ya no esté».
Un mes más tarde, en la carta fechada el 11 mayo del mismo año, dirigida a su hija Nannerl, es Leopold Mozart quien expresa su inquietud: «Tu hermano vive ahora en la Landstrasse, en el número 224. No me da ninguna explicación al respecto. Nada. Por desgracia, la adivino». Mozart había empezado entonces a endeudarse; pero ¿qué razones, qué circunstancias lo habían conducido a vivir por encima de sus medios? Sobre este punto, sólo podemos hacer conjeturas.
El 29 de octubre presenta en Praga la ópera Don Juan, basada en la célebre obra de Tirso de Molina y con una admirable versión escénica montada por Lorenzo Da Ponte partiendo de las exigencias de Mozart, que quería conferir más fuerza a sus personajes secundarios imponiendo el cuarteto, el trío de las máscaras, el sexteto. Mozart nos muestra con su sublime visión de esa ópera que es un genio dramático a la altura de un Shakespeare o un Molière.
A pesar de las enormes dificultades económicas, su impulso creador, estimulado por los éxitos praguenses, no se verá menguado, al contrario, al concluir esa ópera pasará por un período de efervescencia creativa que desembocará en la composición de sus tres últimas sinfonías. Estamos de acuerdo con Jean-Victor Hocquard, en «que nos sugiere ya el concepto de un gran proyecto sinfónico en tres partes; sería acertado, por lo tanto, no dividir esas tres obras maestras, y considerarlas como tres movimientos de una única e inmensa pieza sinfónica». El francmasón Mozart sabe que no está separado del universo, que entre su historia y la historia de la sociedad humana hay más de una relación, a veces misteriosa y a veces íntima. Coincidimos con Jean y Brigitte Massin: «La trilogía de 1788 nace de su más íntima Erlebnis (experiencia vivida), pero sobrepasa las circunstancias individuales sin traicionarlas, y la victoria que canta la Sinfonía en Ut es a la vez la victoria de Wolfgang sobre la miseria y la soledad, y el futuro hacia el cual progresa la humanidad».
Esa unidad nos resulta muy evidente, tanto en el nivel de la interpretación como en el de la escucha; basta con percibir con qué naturalidad y elocuencia se encadena y desarrolla el primer movimiento de la Sinfonía en sol menor, si se interpreta o se escucha tras el Allegro final de la Sinfonía en mi bemol. El mismo efecto de perfecta continuidad del discurso musical se produce si abordamos, a continuación del final de la sol menor, la Sinfonía en Do mayor. Por esa razón proponemos las tres sinfonías repartidas en dos discos: el primero con las sinfonías 39 y 40 y el segundo con las sinfonías 40 y 41. (La repetición de la Sinfonía en sol menor en el segundo disco permite escucharlas seguidas, sin tener que cambiar de disco).
Esas obras, que Mozart quizá ni siquiera pudo escuchar, no fueron comprendidas fácilmente en su tiempo ni siempre por las generaciones posteriores. A finales de 1790 aparece en el Historisch-Biographisches Lexicon der Tonkünstler de Gerber esta nota sobre Mozart, que explica su aislamiento y la incomprensión de los aficionados contemporáneos:
«Ese gran maestro, gracias a su precoz conocimiento de la armonía, se familiarizó tan profunda e íntimamente con esa ciencia que a un oído no ejercitado le resulta difícil seguirlo en sus obras. Incluso los auditores más preparados están obligados a escuchar sus composiciones varias veces.»
«Demasiados desarrollos sin objetivo y sin efecto, demasiados procedimientos técnicos», critica Berlioz a propósito de sus últimas sinfonías. «Tiene razón, si pedimos a la música una exaltación imaginativa y pasional, sostenida y empujada hasta el paroxismo con ayuda de una retórica que dosifica “efectos” de modo deliberado o complaciente. Ahora bien, lo propio de Mozart –prosigue Jean-Victor Hocquard, en su magnífica biografía de Mozart (Seuil, París, 1970)– no consiste sólo en no haber buscado eso, sino en, tras probarlo, haberlo roto. De modo que sus sinfonías no tienen futuro, y lo que el maestro había hecho para el cuarteto y el quinteto de cuerda, consigue hacerlo en ese momento para la masa orquestal sin piano: consigue un material de pura poesía.» En 1788 Mozart alcanza la madurez y la cumbre sinfónica de su tiempo a la edad de 32 años. Un «joven» compositor llamado Ludwig van Beethoven toma el relevo once años más tarde (1799), componiendo con 29 años su primera Sinfonía en Do mayor.
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En 1789 la situación de Mozart se degradó aun más. Sin embargo, qué contraste entre la intensidad creativa de ese gigante de la música y su miserable situación económica, que se hacía cada vez más desesperada, y que lo obliga a pedir con demasiada frecuencia dinero a los amigos que frecuenta en la logia masónica:
En otra carta a Michael Puchberg del 12 de julio de 1789, escribe:
«¡Oh, Dios! ¡En lugar de agradecimientos, vengo con nuevas peticiones! ¡En lugar del pago, una nueva demanda! Si conoce a fondo mi corazón, sentirá como yo el dolor que experimento. No tengo, desde luego, necesidad alguna de recordarle de qué modo esta desdichada enfermedad me ha impedido satisfacer mis encargos; le informaré sólo de que, a pesar de mi situación miserable, me he decidido a dar en mi casa academias por suscripción con el fin de poder hacer frente a mis tan grandes y numerosos gastos actuales; porque estaba totalmente convencido de su afectuoso apoyo; ¡pero también ahí he fracasado! Por desgracia, el destino me es tan hostil, aunque sólo en Viena, que no puedo ganar nada, haga lo que haga; hice circular hace dos semanas una lista [de suscriptores] ¡y en ella sólo figura el nombre de Swieten! »
Un año más tarde, el 20 de enero de 1790, Mozart escribió de nuevo a su amigo Puchberg:
«Si pudiera y quisiera confiarme otros 100 florines, le estaría extremadamente agradecido. Mañana tiene lugar el primer ensayo instrumental en el teatro. Me acompañará Haydn. Si sus asuntos se lo permiten y tuviera el placer de asistir al ensayo, basta con que tenga la bondad de venir a mi casa mañana por la mañana a las diez, y acudiríamos todos juntos.
Su muy sincero amigo,
- A. Mozart»
Joseph Haydn y Puchberg siguen de cerca el nacimiento de Così fan tutte, y Puchberg continúa a lo largo de las semanas avanzando dinero a Mozart sobre la garantía de sus honorarios. El «estreno» tiene lugar en el teatro nacional el 26 de enero de 1790. Las reacciones de los críticos son buenas, y es la primera vez, según parece, que hay unanimidad en torno a una ópera mozartiana representada en Viena. Al día siguiente, Mozart festeja si trigésimo cuarto aniversario. Es el último año que le queda por vivir entero; no llegará al final de 1791. Così fan tutte se representa otras cuatro veces más, pero el 20 de febrero muere el emperador José II y, debido al duelo oficial, los teatros suspenden sus funciones hasta el 12 de abril. Para Mozart la muerte de José II es una catástrofe absoluta; las representaciones de la ópera se suspenden en el acto y se ve en la imposibilidad de organizar sus conciertos. Sin embargo, a una escala más lejana, las consecuencias son aun más graves.
Desde el final de enero hasta el final de abril, no escribe nada, lo cual no le había ocurrido desde el invierno de 1779-1780 en Salzburgo; eso nos permite juzgar su depresión, su desesperación nunca ha sido mayor. El de 14 agosto de 1790, envía un mensaje de socorro a Puchberg; es la más trágica de sus notas mendicantes.
«Muy querido amigo y hermano:
Todo lo que tuvo de soportable mi salud ayer, lo tiene hoy de mal: el dolor no me ha dejado dormir en toda la noche; es de suponer que ayer me acaloré con tantas idas y venidas y me enfrié sin darme cuenta. ¡Imagine mi estado! ¡Enfermo y lleno de inquietud y preocupaciones! Semejante situación es también un obstáculo muy importante para la curación. Dentro de ocho o quince días recibiré ayuda, sin duda alguna, pero por ahora estoy en la miseria. ¿No podría ayudarme de algún modo? Cualquier cosa me sería de ayuda en este momento y con ello tranquilizaría al menos por ahora a su verdadero amigo y hermano.
- A. Mozart»
Como tan bien observan Jean y Brigitte Massin en su indispensable libro sobre la vida y la obra de Mozart: «En esa ocasión Mozart llega a lo más hondo de la desesperación. Y ese día Puchberg le envía 10 florines, la suma más módica que se le había avanzado nunca. Con ello ascienden a 510 florines los préstamos concedidos por Puchberg a Mozart desde los otorgados el invierno anterior, avalados por los honorarios de Così fan tutte. La curva de las sumas prestadas por Puchberg sigue fielmente la percepción del valor social de Mozart. Cuando en abril-mayo cabe esperar seriamente que Mozart obtenga el codiciado puesto en la corte, Puchberg responde a las peticiones de Wolfgang con envíos de 150 o 100 florines; pero cuando se hace evidente que no cabe esperar nada en esa dirección, los préstamos disminuyen hasta reducirse a los 10 florines en respuesta a la desesperada carta del mes de agosto». La evolución de los acontecimientos pondrá de manifiesto que la distancia, cada vez más grande, que se establece entre la corte del nuevo emperador Leopoldo II y Mozart, es consecuencia del miedo creciente a la Revolución francesa, que sacude de modo victorioso la monarquía de Versalles, y a la convicción que se refuerza en Leopoldo II de que los francmasones (y sobre todo los que simpatizan con la Ilustración) están en connivencia con los jacobinos de Francia. Además, Mozart es el autor de las Nozze di Figaro, de la que como se sabe Luis XVI dijo: «Sería preciso destruir antes la Bastilla para que la representación de esta obra no fuera una peligrosa veleidad». Nunca ha ocultado su pertenencia a la francmasonería. Y sus amigos más notables en las logias son ilustrados. «¿Cómo el músico que había cantado a la libertad en el Rapto, a la igualdad en Figaro, que cantará a la fraternidad en la Flauta, no iba a adherirse de todo corazón al lema ¡LIBERTAD! IGUALDAD! ¡FRATERNIDAD!, ya bien conocido por el Gran Oriente de Francia y que proclaman en ese momento los revolucionarios?» «La omisión de Mozart de la lista de los músicos invitados a los festejos de la coronación no es consecuencia de un olvido o una indiferencia, marca la voluntad de enterrarlo en vida.» (J. y B. Massin)
A finales de ese año horrible de 1790, recibe una interesante propuesta de contrato del director de la Ópera italiana de Londres para la realización de diversas actividades entre diciembre de 1790 y junio de 1791. Sin embargo, Mozart no podrá aceptarlo; para partir con tan poco plazo, hay que ser libre. Mozart no lo es. Su título y cargo le impiden partir sin realizar las gestiones necesarias para un permiso. ¿Cómo poner orden en una situación tan embrollada en tan poco tiempo? ¿Cómo encontrar el dinero necesario para realizar el viaje hasta Inglaterra? Mozart es prisionero de su propia miseria, el prisionero de Viena. Ese viaje al que debe renunciar lo emprende uno de sus amigos más queridos. El 15 de diciembre de 1790, Joseph Haydn deja Viena para realizar una gira de conciertos en Londres. Tras la marcha de Haydn, Mozart vuelve a encontrarse una vez más solo ante sus problemas económicos. Proyectos, resoluciones, realizaciones, esfuerzos en él mismo no cambian en nada la desesperación de su hogar. Su último invierno, será uno de los más duros que vivió: tenemos el testimonio de su amigo Joseph Deiner, dueño de la cervecería Serpiente de Plata, donde Mozart se reunía en compañía de otros músicos: «En 1790, acudió a casa de Mozart. Lo encontró con su mujer en el gabinete de trabajo que tenía una ventana que daba a la Rauhensteingasse. Ambos estaban concentrados bailando por la habitación. Deiner le preguntó a Mozart si le estaba enseñando a bailar a su mujer; Mozart le contestó riendo: “Nos estamos calentando, porque tenemos frío y no podemos comprar leña”». Deiner partió entonces y volvió con su propia leña, Mozart la tomó y prometió pagársela cuando tuviera dinero. (Recuerdos de Joseph Deiner). Ludwig Nohl, Mozart nach den Schilderungen seiner Zeitgenossen, Leipzig, 1880.
En 1791, la situación económica de los Mozart comenzó a mejorar claramente; a diferencia de 1790 (año desastroso, no compuso casi nada importante, salvo los otros dos Cuartetos prusianos, el Quinteto para cuerdas en Mi mayor et la Pieza para reloj musical), 1791 fue para Mozart uno de los años más prolíficos, en el que destacan el Concierto para piano n.º 27, las Seis danzas alemanas para gran orquesta, el Ave verum corpus, Die Zauberflöte, La clemenza di Tito, el Concerto para clarinete en la, Eine kleine Freymaurer-Kantate y la mayor parte del Requiem.
El 14 de octubre de 1791, Mozart se encuentra en Viena y lleva a Salieri y su amante, la cantante Caterina Cavalieri, escuchar su Flauta mágica. En su última carta que nos es conocida, cuenta a su esposa: «Han dicho los dos que es una ópera digna de ser representada en las más señaladas festividades, ante los más señalados monarcas». Ese mismo día, el emperador Leopoldo II, en el palacio vienés de Hofburg, recibe una carta anónima de un confidente (cuya letra reconoce) en la que se acusa al archiduque Francisco von Schloissnig de preparar una revolución contra él. Una de las posteriores investigaciones hizo referencia a uno de los principales protectores de Mozart, el barón de Swieten y a muchos otros miembros de las logias masónicas, de las que el gobierno austríaco sospechaba que querían seguir el ejemplo francés y crear una monarquía constitucional. No cabe duda de que también sobre Mozart, conocido francmasón, habrían recaído las sospechas.
Toda esa terrible situación, combinada con un estado físico siempre delicado y un ritmo de trabajo de lo más intenso, tendrá progresivamente unas consecuencias nefastas sobre su estado de salud mental y física. El golpe fatal se produjo el 12 de noviembre de 1791, con la dura condena de Mozart tras un proceso en el que estuvo implicado el príncipe Carl Lichnowsky,[2] miembro de la misma logia que Mozart en los años 1784-1786. Unos documentos descubiertos por el gran especialista en Mozart H. C. Robbins Landon en el Hofkammerarchiv de Viena referentes a un proceso cuya existencia desconocíamos nos aportan por primera vez pruebas que explican la que probablemente fue la causa principal de la muerte del compositor a los 35 años de edad. Así, aprendemos que el 12 de noviembre de 1791 Mozart fue condenado a pagar una deuda de 1.435 florines y 32 cruceros, así como los 24 florines de costas, con el embargo de la mitad de su salario como compositor de la cámara imperial y real, y la confiscación de sus bienes. No conocemos los detalles de ese extraordinario proceso, pero si tenemos en cuenta la situación extremadamente precaria de Mozart, es más que probable que el choque emocional y económico de esa implacable condena contribuyera en gran medida a precipitar la desaparición precoz del compositor. En efecto, veinticuatro días más tarde, al término de una grave enfermedad, marcada en sus últimas etapas por un fallo renal, Mozart murió a la una menos cinco de la madrugada del 5 de diciembre de 1791, tenía 35 años.
Sus hermanos francmasones organizaron una ceremonia fúnebre en su memoria y la oración fue imprimida por Ignaz Alberti, miembro de la logia del compositor, quien había publicado el primer libreto de La flauta mágica.
Tras el funeral celebrado delante de la capilla del crucifijo de la catedral de San Esteban, a las tres de la tarde del 6 de diciembre de 1791, el cuerpo fue transportado al cementerio de San Marcos, extramuros, donde fue enterrado en una tumba anónima.
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«Estuve mucho tiempo fuera de mí por la muerte de Mozart.
No podía creer que la Providencia hubiera llamado tan pronto al otro mundo
a un hombre irremplazable.»
Joseph Haydn
Preguntaron a Rossini:
¿Quién es el más grande de los músicos? –¡Beethoven !
¿Y Mozart? —¡Ah! ¡Él es el único!
Doscientos años más tarde, ese juicio sigue siendo válido.
JORDI SAVALL
Melbourne, 28 marzo 2019
[1] Añadimos como bonus track a nuestra edición de las tres últimas sinfonías de Mozart la grabación de la Maurerische Trauermusik, y ello para situarnos mejor en el ambiente musical y espiritual de esas logias masónicas a las que tan estrechamente estuvo vinculado el compositor. La hemos colocado (por razones de minutaje) al final del primer disco, pero el momento ideal para su escucha también puede ser tras el último movimiento de la Sinfonía Jupiter.
[2] El mismo Lichnowsky que, quince años más tarde, en octubre de 1806, amenazó a Beethoven con detenerlo porque se negaba a tocar el piano para los oficiales franceses desplegados en su castillo (Silesia fue ocupada por el ejército napoleónico tras Austerlitz). Tras una violenta disputa, el compositor abandonó a su anfitrión y le envió una nota sobre la que sobran los comentarios: «Príncipe, todo cuanto sois, lo sois por el azar de vuestro nacimiento. Lo que yo soy, lo soy por mí mismo. Príncipes, los hay y los habrá por millares. Sólo hay un Beethoven».
Críticas
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”Dans un format intimiste proche de l’humain, l’orchestre les Nations de Savall déploie de solides arguments : équilibre des pupitres, clarté structurelle, surtout dans un scintillement millimétré des timbres très caractérisés, étonnante expressivité qui balance entre profondeur voire gravité et ivresse joyeuse… voire jubilation généreuse"
ClassiqueNews
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”Een uitbundig album met drie theatrale en prachtige typische-Mozart-symfonieën."
Avrotos
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"Savall leyó con profundidad y haciendo sobresalir una excelente flauta, y de nuevo los clarinetes. Algo del espíritu del Sturm und drang afloró con fuerza, una pátina que Savall exprimió con gran resultado."
Gramophone, Edward Breen
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"The Concert des Nations is at its best and put flesh and bone on this vision, in which fluidity and theatricalness dominate."
Presto Classical
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